Con la pandemia se han perdido vidas. Se ha perdido crecimiento y condiciones económicas. Se ha perdido la libertad de movilización. ¿Por qué angustiarnos ante la pérdida de aprendizajes académicos? Digo esto porque, con buenas intenciones, se ha despertado una especie de ansiedad porque niños, niñas y jóvenes de todo el mundo no pierdan sus clases, y sigan estudiando como si nada estuviera ocurriendo.
En una postura así, se sale del enfoque, que la realidad es mayor que el sistema educativo. Un ejemplo de ello es que se asume, con una superficial facilidad, que todos los escolares cuentan con computadoras, con internet, con una conectividad de primera. Y antes de pensar en la realidad socioeconómica diversa, se ha pensado en estrategias, plataformas, tareas, etcétera.
Estos meses difíciles nos plantean muchos retos pedagógicos. Uno de ellos es el de valorar, apreciar y atender lo mínimo que pueden aprender nuestros estudiantes. Si dentro de la que podríamos llamar “la normalidad” ya había dificultades para alcanzar los grandes objetivos o pretensiones planteadas en nuestros planes de estudio, imaginemos cómo puede ser en una realidad de confinamiento y de miedos serios ante el posible contagio de la enfermedad. Sumado a ello la emocionalidad dañada, el cansancio, la falta de experiencia en aprendizaje virtual, las dificultades materiales, etcétera. No se trata, pues, de alcanzar los máximos, sino de aprender a valorar los mínimos que pueden aprender nuestras jóvenes generaciones.
¿Cuáles podrían ser esos mínimos? Para empezar, no perder ciertos hábitos de estudio o de dedicación. Por ejemplo, no abandonar la lectura, o aprender a dedicar minutos a ella, de manera constante y permanente. Un mínimo aquí, de alto valor, no es que necesariamente lean lo que se pretende o impone, sino ¡que lean! Y que lo hagan con constancia, con gozo, con el placer de hacerlo. Este es un mínimo que puede potenciar las capacidades de aprendizaje, más allá de la adquisición de saberes predeterminados.
También podría ser un mínimo de alto valor y aporte que nuestros estudiantes comprendan lo básico de los saberes que pretendimos alcanzar. Es decir, que se planteen preguntas interesantes y novedosas sobre lo que habíamos preparado. Es decir, más que procurar que sepan de memoria muchos contenidos, es mejor que comprendan el por qué, el para qué, cómo, de qué manera, etcétera, de pocos contenidos. Estos pocos serán de mayor impacto en su aprendizaje que “muchos contenidos” que se pretende alcanzar en las condiciones que el confinamiento nos está otorgando. Aquí hay una tarea para educadoras y educadores: prioricemos contenidos. Sepamos que de la lista hay que tomar lo que es posible y necesario en las condiciones anormales de este tiempo. Y que esto también sea comprendido y apoyado por autoridades de centros educativos y del sistema.
No nos angustiemos porque nuestros alumnos “aprendan poco” en estos días. Preocupémonos porque aprendan de lo que está viviendo el planeta, algo que no estaba en los planes de estudio de nadie, en ninguna parte o ningún nivel. Ese es un aprendizaje fundamental, novedoso y que cada familia lo procesará a su manera. Sobre todo, preocupémonos por su bienestar integral: que estén bien de salud, que estén bien de ánimo, que estén bien de su optimismo y esperanza por el futuro, que estén bien en sus relaciones con quienes tienen cerca. Estas son las auténticas preocupaciones para quienes pretenden ejercer el oficio de educar en estos tiempos.
Pongamos en lo alto de nuestras intenciones, aprender a vivir, aprender a vivir con integralidad y aprender a ser ciudadanos responsables. Aprender, por fin, que la vida es planetaria, que los problemas son globales, que las respuestas a favor de la vida no tienen fronteras o nacionalidades. La casa es una y la compartimos con todos los seres de este mundo. Ningún gobernante, político o personaje de la Historia, ha podido demostrarnos esto. Tampoco nada o nadie nos había podido acercar tanto, como humanidad. Este es un momento extraordinario por ello. Es hora de que descubrir eso sea el mínimo que nos lleve a máximos aprendizajes.
Gracias Dr. Aldana por su mesurado y sabio comentario. Nos ayuda a volver la mirada al verdadero fin de la educación…
Muchísimas gracias por sus palabras Edwin. La esperanza está en el hecho de que, entre todos y todas, podremos volver a los sentidos profundos de la educación, valoro su mensaje.
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