Aprender: ¿acumulación o conexión?

¿Aprendemos porque acumulamos o porque conectamos?

Son épocas enteras las que hemos creído y aceptado que aprendemos cuantas más piezas vamos juntando en nuestro cerebro. Tanto dentro como fuera de las aulas escolares, nos ha sido impuesta una visión del aprendizaje por acumulación que expresa que aprendemos en la vida porque, uno tras otro, vamos pegando los conocimientos que nos son transmitidos.

Así, un niño de sexto grado sabe más que un niño de cuarto porque ha sumado más materias y saberes en su vida escolar. Porque ha acumulado más. Por eso, nos licenciamos o doctoramos, porque acumulamos más, porque llegamos a saber “más cosas”.

En esta visión del aprendizaje, la acumulación es más un concepto de adición y reduce las relaciones o vinculaciones entre todos esos pedazos de saber que nos van juntando. Al final de la jornada escolar, parece que los niños y niñas saben más porque recibieron 5, 6 o 7 materias, una tras otra. “Acumularon saber en su cerebro”, pareciera ser la consigna. Claro, se juntaron pero no convivieron entre sí esos distintos saberes. Al terminar matemáticas y llegar ciencias, existe una ruptura, un corte que no es dado solo porque puede ser un docente diferente, sino porque el cambio de horario implica otra materia que no tiene nada que ver con la anterior. Porque esa es la mentalidad.

Sin embargo, podemos comprender el aprendizaje de otra manera. No se trata de saber “más cosas”, sino de hacer más conexiones, vinculaciones e interdependencias entre los distintos saberes. Aprendemos cuando y cuanto más relacionamos un saber con otro, que puede ser muy diferente. El niño que relaciona las matemáticas con las ciencias o los estudios sociales o cualquier otra disciplina, termina aprendiendo mejor la matemáticas porque la relaciona y la aplica. La deja de percibir encerrada o desconectada, o inútil.

De hecho, saber menos pero con más conexiones es aprender mejor, porque tienen lugar, de manera más influyente, los procesos de pensamiento, involucramiento personal, emoción y comprensión profunda. Conectar A/B/C (de manera práctica, creativa, autónoma y crítica) contribuye a que el proceso educativo sea un verdadero proceso de desarrollo integral en quien aprende, mucho más que se sepa de memoria y sin conexión de la A hasta la Z.

Además, cuando aprendemos a relacionar contenidos entre sí (a buscar sus causas, sus rasgos comunes, sus diferencias o contradicciones, etcétera), también propiciamos un pensamiento crítico frente a la vida. Ya no desconectamos lo social de lo político o de lo económico, o no dejamos de buscar en la historia las causas de nuestro presente. Es decir, aprender por conexión nos hace pensar más profundamente sobre la vida y nuestra sociedad.

Se trata, pues, de no tener tantas listas de asignaturas que se deben cubrir (ya sabemos que mediante acciones memorísticas improductivas). Aprender menos pero de mejor manera, con interdependencias, puede y debe ser un postulado que funcionarios educativos deben tener en cuenta. Pero sobre todo, es una demanda a aquellos hombres y mujeres dedicados a la educación, que saben responder a su vocación a favor de la integralidad y dignidad de la vida de quienes reciben la dichosa posibilidad de ser sus estudiantes y aprendientes. Por supuesto que nos es fácil, que hay que esforzarse más, que hay que buscar estrategias. Pero, ¿no hay mejor innovación que ejercer una docencia de vínculos, conexiones y mirada profunda sobre la vida?

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