En el 2020, todos y todas fuimos aprendices. Esta es la base para construir un futuro distinto como humanidad.
Con el respeto más profundo y tierno hacia los millones de seres humanos contagiados y afectados por la pandemia. Y por supuesto, con el corazón en postura de homenaje al más de millón de hombres y mujeres que han muerto por el covid 19. Con el reconocimiento a quienes dieron lo mejor de sí para pasar la tormenta y llegar a un supuesto puerto seguro. Con la emoción por el ejemplo de fuerza, energía y esperanza de pueblos enteros que han sabido mantenerse y resistir en medio de la pobreza y de la negación de todos sus derechos.
Con todo lo anterior como fundamento o punto de partida, podemos afirmar que este 2020 ha sido la “escuela más gigante de todas”. Porque no ha habido país, pueblo o cultura que no se viera envuelta en este manto oscuro del miedo, la incertidumbre, los cambios, los confinamientos, la pérdida de empleos y productividad, etcétera. De una u otra manera, en un nivel u otro, con unos efectos u otros, todos y todas hemos tenido que aprender novedades.
Para que esta gigantesca escuela nos acompañe en el futuro, necesitamos reconocer que aprendimos, que fuimos aprendices junto a miles de millones de seres humanos. El aprendizaje fue procesado por cada uno, a su manera individual o familiar, pero está claro que en el futuro podremos descubrir qué aprendizajes fueron comunes, cuáles pusimos en práctica a favor de nuestra vida y nuestra dignidad. Pero también podremos comprender qué efectos dañinos recibimos, esos que todavía no somos capaces de ver en su expresión más clara. Tratar de minimizarlos, tratar de que los efectos sean más positivos que negativos será uno de los desafíos que esta escuela gigantesca nos dejará.
Creo, sin embargo, que existen algunos aprendizajes que es urgente sentir compartidos con la humanidad en su conjunto. Por ejemplo, descubrir la vulnerabilidad de la vida tal como la hemos ido construyendo. Nuestro planeta no puede seguir sufriendo tanta destrucción ambiental, ni la humanidad puede seguir soportando tanto daño entre sí. Somos vulnerables porque nos hemos creído indestructibles. Aquí la enorme paradoja que esta pandemia debe arrojarnos en el corazón y en la cara como una lección aprendida (para aplicarse en todos los ámbitos y planos de la vida humana).
También es urgente que asumamos que este año fue la escuela más gigante de todas porque, por primera vez, tuvimos la sensación de que no importaba el país del cual fuéramos, todos estábamos en la misma pesadilla. Salir juntos de ella es el ejemplo de cuánto necesitamos una perspectiva colectiva y digna para las problemáticas que aquejan a las sociedades humanas. Más que urgente, es vital (o sea, condición para la vida), que aprendamos a reconocer y a luchar porque no haya personas ni de segunda ni de tercera categorías, que no existen categorías, que solo somos seres humanos y que, como tales, tenemos necesidades, sueños y expectativas. Los grandes lujos en todas sus formas, la exuberancia conviviendo a la par de la extrema pobreza, el derroche a la par de la carencia absoluta, las minorías destruyendo la Tierra mientras pueblos originarios la aman y la cuidan, son ejemplos de contradicciones que la pandemia no solo vino a revelar sino a descubrir como causales de muerte y la destrucción humana.
En esta escuela, la más gigante de todas, cada ser humano es un aprendiz junto a los otros. Por ello, la vida nos invita a ser más humildes entre nosotros y con la Casa. Hacer de este año una escuela global puede ser el horno en el que se cocine la esperanza para los caminos venideros. Ojalá.