2020, LA ESCUELA MÁS GIGANTE DE TODAS

En el 2020, todos y todas fuimos aprendices. Esta es la base para construir un futuro distinto como humanidad.

Con el respeto más profundo y tierno hacia los millones de seres humanos contagiados y afectados por la pandemia. Y por supuesto, con el corazón en postura de homenaje al más de millón de hombres y mujeres que han muerto por el covid 19. Con el reconocimiento a quienes dieron lo mejor de sí para pasar la tormenta y llegar a un supuesto puerto seguro. Con la emoción por el ejemplo de fuerza, energía y esperanza de pueblos enteros que han sabido mantenerse y resistir en medio de la pobreza y de la negación de todos sus derechos.

Con todo lo anterior como fundamento o punto de partida, podemos afirmar que este 2020 ha sido la “escuela más gigante de todas”. Porque no ha habido país, pueblo o cultura que no se viera envuelta en este manto oscuro del miedo, la incertidumbre, los cambios, los confinamientos, la pérdida de empleos y productividad, etcétera. De una u otra manera, en un nivel u otro, con unos efectos u otros, todos y todas hemos tenido que aprender novedades.

Para que esta gigantesca escuela nos acompañe en el futuro, necesitamos reconocer que aprendimos, que fuimos aprendices junto a miles de millones de seres humanos. El aprendizaje fue procesado por cada uno, a su manera individual o familiar, pero está claro que en el futuro podremos descubrir qué aprendizajes fueron comunes, cuáles pusimos en práctica a favor de nuestra vida y nuestra dignidad. Pero también podremos comprender qué efectos dañinos recibimos, esos que todavía no somos capaces de ver en su expresión más clara. Tratar de minimizarlos, tratar de que los efectos sean más positivos que negativos será uno de los desafíos que esta escuela gigantesca nos dejará.

Creo, sin embargo, que existen algunos aprendizajes que es urgente sentir compartidos con la humanidad en su conjunto. Por ejemplo, descubrir la vulnerabilidad de la vida tal como la hemos ido construyendo. Nuestro planeta no puede seguir sufriendo tanta destrucción ambiental, ni la humanidad puede seguir soportando tanto daño entre sí.  Somos vulnerables porque nos hemos creído indestructibles. Aquí la enorme paradoja que esta pandemia debe arrojarnos en el corazón y en la cara como una lección aprendida (para aplicarse en todos los ámbitos y planos de la vida humana).

También es urgente que asumamos que este año fue la escuela más gigante de todas porque, por primera vez, tuvimos la sensación de que no importaba el país del cual fuéramos, todos estábamos en la misma pesadilla. Salir juntos de ella es el ejemplo de cuánto necesitamos una perspectiva colectiva y digna para las problemáticas que aquejan a las sociedades humanas. Más que urgente, es vital (o sea, condición para la vida), que aprendamos a reconocer y a luchar porque no haya personas ni de segunda ni de tercera categorías, que no existen categorías, que solo somos seres humanos y que, como tales, tenemos necesidades, sueños y expectativas. Los grandes lujos en todas sus formas, la exuberancia conviviendo a la par de la extrema pobreza, el derroche a la par de la carencia absoluta, las minorías destruyendo la Tierra mientras pueblos originarios la aman y la cuidan, son ejemplos de contradicciones que la pandemia no solo vino a revelar sino a descubrir como causales de muerte y la destrucción humana.

En esta escuela, la más gigante de todas, cada ser humano es un aprendiz junto a los otros. Por ello, la vida nos invita a ser más humildes entre nosotros y con la Casa. Hacer de este año una escuela global puede ser el horno en el que se cocine la esperanza para los caminos venideros. Ojalá.

Aprender: ¿acumulación o conexión?

¿Aprendemos porque acumulamos o porque conectamos?

Son épocas enteras las que hemos creído y aceptado que aprendemos cuantas más piezas vamos juntando en nuestro cerebro. Tanto dentro como fuera de las aulas escolares, nos ha sido impuesta una visión del aprendizaje por acumulación que expresa que aprendemos en la vida porque, uno tras otro, vamos pegando los conocimientos que nos son transmitidos.

Así, un niño de sexto grado sabe más que un niño de cuarto porque ha sumado más materias y saberes en su vida escolar. Porque ha acumulado más. Por eso, nos licenciamos o doctoramos, porque acumulamos más, porque llegamos a saber “más cosas”.

En esta visión del aprendizaje, la acumulación es más un concepto de adición y reduce las relaciones o vinculaciones entre todos esos pedazos de saber que nos van juntando. Al final de la jornada escolar, parece que los niños y niñas saben más porque recibieron 5, 6 o 7 materias, una tras otra. “Acumularon saber en su cerebro”, pareciera ser la consigna. Claro, se juntaron pero no convivieron entre sí esos distintos saberes. Al terminar matemáticas y llegar ciencias, existe una ruptura, un corte que no es dado solo porque puede ser un docente diferente, sino porque el cambio de horario implica otra materia que no tiene nada que ver con la anterior. Porque esa es la mentalidad.

Sin embargo, podemos comprender el aprendizaje de otra manera. No se trata de saber “más cosas”, sino de hacer más conexiones, vinculaciones e interdependencias entre los distintos saberes. Aprendemos cuando y cuanto más relacionamos un saber con otro, que puede ser muy diferente. El niño que relaciona las matemáticas con las ciencias o los estudios sociales o cualquier otra disciplina, termina aprendiendo mejor la matemáticas porque la relaciona y la aplica. La deja de percibir encerrada o desconectada, o inútil.

De hecho, saber menos pero con más conexiones es aprender mejor, porque tienen lugar, de manera más influyente, los procesos de pensamiento, involucramiento personal, emoción y comprensión profunda. Conectar A/B/C (de manera práctica, creativa, autónoma y crítica) contribuye a que el proceso educativo sea un verdadero proceso de desarrollo integral en quien aprende, mucho más que se sepa de memoria y sin conexión de la A hasta la Z.

Además, cuando aprendemos a relacionar contenidos entre sí (a buscar sus causas, sus rasgos comunes, sus diferencias o contradicciones, etcétera), también propiciamos un pensamiento crítico frente a la vida. Ya no desconectamos lo social de lo político o de lo económico, o no dejamos de buscar en la historia las causas de nuestro presente. Es decir, aprender por conexión nos hace pensar más profundamente sobre la vida y nuestra sociedad.

Se trata, pues, de no tener tantas listas de asignaturas que se deben cubrir (ya sabemos que mediante acciones memorísticas improductivas). Aprender menos pero de mejor manera, con interdependencias, puede y debe ser un postulado que funcionarios educativos deben tener en cuenta. Pero sobre todo, es una demanda a aquellos hombres y mujeres dedicados a la educación, que saben responder a su vocación a favor de la integralidad y dignidad de la vida de quienes reciben la dichosa posibilidad de ser sus estudiantes y aprendientes. Por supuesto que nos es fácil, que hay que esforzarse más, que hay que buscar estrategias. Pero, ¿no hay mejor innovación que ejercer una docencia de vínculos, conexiones y mirada profunda sobre la vida?

Aprender a desaprender

Los organismos vivos aprendemos porque estamos vivos, pero también es necesario entender que vivimos porque podemos aprender: a sobrevivir, a respirar, a alimentarnos, a convivir, a avanzar, a descubrir, a sentir, a aprender, etcétera.  Sin aprendizaje no hay posibilidad de que vivamos a tope, al máximo, ni que avancemos, ni que progresemos en nada. Así que la invitación está para que la revisión de vida pase por lo aprendido y aquello por aprender.

Ello debe incluir aprender a desaprender. Es decir, la necesidad siempre presente de ir abandonando visiones, actitudes, comportamientos, pensamientos, hábitos, sentimientos y emociones que nos impiden la plenitud de vida. La manera como vemos las cosas o como entendemos el mundo constituye el eje desde el cual sentimos, actuamos y somos en nuestra vida cotidiana. Entonces, muchas veces la causa de tanto sufrimiento o de tanto bloqueo para poder avanzar, tiene que ver con esas visiones, por tanto, puede ser que la clave esté en desaprenderlas. También tendremos que desprender maneras de actuar con los demás y con nosotros mismos, o hábitos que lejos de ser el automatismo que nos ayude en la vida práctica y concreta, nos causan problemas constantes.

Posiblemente el conjunto de desaprendizajes más importante tiene que ver con las maneras de interactuar o convivir con los demás, incluso con otros seres vivos. Por ejemplo, puede que debamos revisar nuestra manera de descalificar, enjuiciar o criticar fácilmente a determinadas personas, puede que debamos revisar el hábito de huir de los problemas o la manera de alejarnos o distanciarnos. Puede que debamos desprender la desconfianza en nosotros mismos, o nuestra tendencia a la baja autoestima. O puede que debamos desaprender el orgullo y la soberbia que nos impide reconocer errores propios y nos daña en las relaciones con otras personas. Puede que debamos desprender el resentimiento inútil, el rencor y la falta de perdón. Puede que debamos desprender nuestro desinterés por los problemas sociales o políticos, por las angustias ajenas o por la destrucción del planeta.

En todo caso, está claro que hay aprendizajes muy bien instalados en nuestra forma de pensar, sentir, actuar y hablar que necesitamos desconectarlos de los esquemas mentales y emocionales que tenemos. Así, desaprender también es una misión maravillosa pues como humanos somos mucho una acumulación de cargas que vamos acarreando en el camino de nuestra vida, muchas de las cuales son tan pesadas que no nos dejan ver la luz del camino enfrente. Desaprender es tirarlas.

Aprender a desaprender significa, entonces, el desafío diario de descubrir y abandonar esos pensamientos o creencias que nos dominan y que, como pequeños y traviesos duendecillos, dirigen nuestro encuentro con la vida, la sociedad y nosotros mismos. No es fácil, por cierto, tirar por la borda pensamientos que tenemos muy instalados. Pero he ahí uno de nuestros más garantizados recursos para mejorarnos y descubrir y vivir más con el éxtasis que merecemos. Cada quien sabrá qué desaprendizajes debe atender para lograr alcanzar el más importante y único de los aprendizajes: ¡vivir a plenitud!

Resistir: la enseñanza de los pueblos originarios

Oigamos y aprendamos de los científicos y los académicos. De los políticos que no nos convencen, ya venimos dudando desde hace mucho tiempo. Oigamos y aprendamos también de las jóvenes generaciones, en sus distintas expresiones, oigamos a los ancianos que vienen guardando en su cuerpo y en su corazón el paso cansino por este mundo.

Pero el tiempo actual, el de la pandemia del covid 19, nos reclama que pongamos atención a las voces más respetables y admirables (pero no por eso, las más valoradas o atendidas por los poderes dominantes). Oigamos a los pueblos originarios. Aprendamos de ellos en estos tiempos difíciles.

Son muchas las lecciones que podríamos aprovechar y convertir en prácticas y hábitos de vida. Pero en este artículo quisiera quedarme en una: la resistencia.

Quienes hemos tenido la dicha de escuchar o saber sobre las posturas y actitudes de los pueblos indígenas en América Latina, sabemos que no hemos escuchado ni el terror ni los miedos ni la desesperación de los pueblos urbanos. Su vinculación y pertenencia a la naturaleza, concretada en una vida cercana a los bosques, los ríos, los lagos, la tierra, los animales y todos los recursos naturales que han venido defendiendo, también les ha permitido tener otra forma de ver, comprender y actuar ante la pandemia.

“Hemos resistido, durante siglos, todo tipo de problemas o situaciones, causadas por la Madre Naturaleza o por los poderes humanos. Este covid también lo podremos resistir”. Esta es una expresión que refleja el sentimiento de resistencia ante los embates naturales o sociales que sufren los pueblos indígenas en América. Tómese en cuenta que las distintas invasiones que en más de 500 años los pueblos originarios han tenido que soportar, no han sido capaces de destruir la cosmovisión, el sentido comunitario, las ansias de justicia y dignidad, las reivindicaciones.

Resistir con dignidad, con vida, con integridad, ¡y hasta con una sonrisa!, ha sido la principal capacidad que los pueblos originarios han venido profundizando en su historia y que, en estos tiempos de pandemia, vale la pena que otros pueblos la aprendan.

Las mujeres y hombres de los distintos pueblos originarios (en el caso de Guatemala, esto es maravillosamente muy diverso), saben que no es el virus el causante de sus grandes problemas y penas, sino que es la exclusión, el enfoque de Estados que no se fundan en la diversidad y la multiculturalidad, así como la actitud social de discriminación y racismo. Todo esto los pueblos originarios lo han resistido durante la historia de nuestros países.

Resistir al covid 19 no será, entonces, algo muy nuevo. Quizá las condiciones, los controles y restricciones, lo global del asunto, la particularidad del contagio, puedan ser novedades. Pero la resistencia les viene permitiendo superar cosas peores. Y resisten sin abandonar visiones, conceptos, formas de ver la vida. Sin perder su sentido de comunidad, su vinculación espiritual con la Madre Naturaleza. Sin dejar de ser solidarios entre sí y con otros. Y, sobre todo, resisten sin grandilocuentes discursos o poses entrenadas. Con una sonrisa, con una palabra de esperanza, con un gesto de apoyo, con unas credenciales de lucha histórica innegable, los pueblos originarios nos ofrecen lecciones y aprendizajes valiosos y significativos para enfrentar y vencer esta pandemia.

Y quizá así puedan ser creados otros diálogos, otros encuentros, otras formas de compartir la visión sobre el mundo y podamos construir otras relaciones entre pueblos. La “nueva normalidad” debe ser “otra normalidad”. Esa en la que todos, individuos y pueblos, nos sintamos incluidos y responsabilizados por el mundo en que vivimos.

GAIA TEME QUE VOLVAMOS A LO MISMO

Cuando se encuentre una vacuna contra el covid 19, y sintamos que volvemos a ser los seres invulnerables de siempre. Cuando sintamos que todo puede volver a ser como antes, ¿seremos los mismos consumidores ansiosos y destructivos? ¿Dejaremos de pensar en los seres más excluidos y empobrecidos y nuestras ansias de ser los mejores, los primeros, los más “exitosos” nos ganarán la partida? ¿Volveremos a ocupar las calles y los territorios que, gracias al confinamiento, ahora están un poco cedidos a animales y plantas?

Gaia, el organismo maravilloso del cual somos parte, la Tierra en su totalidad, teme que seamos los mismos. Porque si ahora nuestra casa global está descansando de contaminación extrema, de aniquilación de especies, de consumo frenético que destruye los recursos naturales, cuando la cosa “vuelva a ser la de antes”, podríamos volver con ansiedad indetenible a esa destrucción que realmente es autodestrucción.

Es urgente otro modo de vida. Otro modelo de economía. Otro modo de relacionarnos. Un modelo en el que se privilegie la vida y la dignidad de todo ser existente (humano y no humano), en el cual podamos ingresar sin los filtros y las mediciones que crean categorías para discriminar. La vida debiera ser el centro, pero no solo la vida biológica sino la vida integral, la que se profundiza en lo económico, en lo político, en la cultura, en la salud, en la integridad del cuerpo.

Esto debiera incluir unas formas de interacción en el que podamos aprender a sentir al “otro” como alguien que es un “yo”, pero que juntos podemos crear un verdadero, apasionado y poderoso “nosotros”. Ese sin pasaportes, sin fronteras políticas, sin superioridades o inferioridades culturales, sin exclusiones o indignidades de género o de cualquier diversidad.

En un cierto equilibrio entre optimismo y pesimismo, me parece que la “nueva realidad” no será la misma, pero tampoco será tan distinta. Creo que, en ciertos momentos iniciales, el temor nos hará cuidadosos, pero la seguridad que poco a poco vaya llegando, nos volverá a la temeraria actitud de destruir nuestro planeta.

Necesitamos sentirnos humanos con otros humanos, cercanos o lejanos, parecidos o completamente diferentes. Estamos sintiendo la comunidad que somos, por una pandemia que nos afecta globalmente, entonces, ¿por qué no sentirnos comunidad para el nuevo futuro que podríamos construir?

Por eso es tan peligroso que creamos ciegamente en la llamada a dejar de ser cercanos, a dejar de acariciarnos, a abandonar la ternura y la afectividad. Me parece peligrosísimo que nos estén induciendo a distanciarnos físicamente de manera permanente cuando la cosa se “normalice”, cuando esto es lo que nos humaniza. Incluso hay evidencia científica que indica que eso nos ayuda a autoinmunizarnos colectivamente.

Es aceptable para una cierta época, y por razones lógicas relativas al contagio, pero cuidado con que se convierta, como ya lo he venido escuchando, en una tendencia fija, un comportamiento que llegó para quedarse. Necesitamos sentir cercanía profunda con los demás. Abandonar la afectividad puede ser una mala señal para el futuro que nos viene. Amar lo humano es también amar a las personas concretas que tenemos cerca.

EDUCACIÓN EN CONFINAMIENTO: EL VALOR DE LOS MÍNIMOS

Con la pandemia se han perdido vidas. Se ha perdido crecimiento y condiciones económicas. Se ha perdido la libertad de movilización. ¿Por qué angustiarnos ante la pérdida de aprendizajes académicos? Digo esto porque, con buenas intenciones, se ha despertado una especie de ansiedad porque niños, niñas y jóvenes de todo el mundo no pierdan sus clases, y sigan estudiando como si nada estuviera ocurriendo.

En una postura así, se sale del enfoque, que la realidad es mayor que el sistema educativo. Un ejemplo de ello es que se asume, con una superficial facilidad, que todos los escolares cuentan con computadoras, con internet, con una conectividad de primera. Y antes de pensar en la realidad socioeconómica diversa, se ha pensado en estrategias, plataformas, tareas, etcétera.

Estos meses difíciles nos plantean muchos retos pedagógicos. Uno de ellos es el de valorar, apreciar y atender lo mínimo que pueden aprender nuestros estudiantes. Si dentro de la que podríamos llamar “la normalidad” ya había dificultades para alcanzar los grandes objetivos o pretensiones planteadas en nuestros planes de estudio, imaginemos cómo puede ser en una realidad de confinamiento y de miedos serios ante el posible contagio de la enfermedad. Sumado a ello la emocionalidad dañada, el cansancio, la falta de experiencia en aprendizaje virtual, las dificultades materiales, etcétera. No se trata, pues, de alcanzar los máximos, sino de aprender a valorar los mínimos que pueden aprender nuestras jóvenes generaciones.

¿Cuáles podrían ser esos mínimos? Para empezar, no perder ciertos hábitos de estudio o de dedicación. Por ejemplo, no abandonar la lectura, o aprender a dedicar minutos a ella, de manera constante y permanente. Un mínimo aquí, de alto valor, no es que necesariamente lean lo que se pretende o impone, sino ¡que lean! Y que lo hagan con constancia, con gozo, con el placer de hacerlo. Este es un mínimo que puede potenciar las capacidades de aprendizaje, más allá de la adquisición de saberes predeterminados.

También podría ser un mínimo de alto valor y aporte que nuestros estudiantes comprendan lo básico de los saberes que pretendimos alcanzar. Es decir, que se planteen preguntas interesantes y novedosas sobre lo que habíamos preparado. Es decir, más que procurar que sepan de memoria muchos contenidos, es mejor que comprendan el por qué, el para qué, cómo, de qué manera, etcétera, de pocos contenidos. Estos pocos serán de mayor impacto en su aprendizaje que “muchos contenidos” que se pretende alcanzar en las condiciones que el confinamiento nos está otorgando. Aquí hay una tarea para educadoras y educadores: prioricemos contenidos. Sepamos que de la lista hay que tomar lo que es posible y necesario en las condiciones anormales de este tiempo. Y que esto también sea comprendido y apoyado por autoridades de centros educativos y del sistema.

No nos angustiemos porque nuestros alumnos “aprendan poco” en estos días. Preocupémonos porque aprendan de lo que está viviendo el planeta, algo que no estaba en los planes de estudio de nadie, en ninguna parte o ningún nivel. Ese es un aprendizaje fundamental, novedoso y que cada familia lo procesará a su manera. Sobre todo, preocupémonos por su bienestar integral: que estén bien de salud, que estén bien de ánimo, que estén bien de su optimismo y esperanza por el futuro, que estén bien en sus relaciones con quienes tienen cerca. Estas son las auténticas preocupaciones para quienes pretenden ejercer el oficio de educar en estos tiempos.

Pongamos en lo alto de nuestras intenciones, aprender a vivir, aprender a vivir con integralidad y aprender a ser ciudadanos responsables. Aprender, por fin, que la vida es planetaria, que los problemas son globales, que las respuestas a favor de la vida no tienen fronteras o nacionalidades. La casa es una y la compartimos con todos los seres de este mundo. Ningún gobernante, político o personaje de la Historia, ha podido demostrarnos esto. Tampoco nada o nadie nos había podido acercar tanto, como humanidad. Este es un momento extraordinario por ello. Es hora de que descubrir eso sea el mínimo que nos lleve a máximos aprendizajes.

APRENDIZAJES PARA HOY, APRENDIZAJES PARA MAÑANA

Compartimos, como humanidad, una lucha que implica aprendizajes. Una pandemia que nadie quiso, y nadie quiere, pero que ha implicado que aprendamos, aprendamos y aprendamos, empezando por la mínima lucha: la de sobrevivir.

Estos son días y semanas en las que hemos tenido que confinarnos, distanciarnos físicamente de gente que amamos, que dejamos las actividades cotidianas, que detenemos planes, que se nos complican cosas. Son días, sin lugar a duda, muy difíciles y cargados de la tensión que nos causa un virus que no vemos, pero que sí se deja ver en sus efectos.

Este tiempo es un tiempo de aprendizajes que vamos alcanzando conforme pasan las horas, pero que debieran convertirse en recursos que nos permitan una vida distinta, que nos ayuden a ser diferentes cuando podamos salir a la vida que teníamos antes del coronavirus.

He aquí una pequeña revisión de esos aprendizajes que estamos alcanzando hoy, pero que serán fundamentales para nuestra vida pospandemia.

            Aprender a vivir consigo mismos. Este tiempo de distancia debe estarnos enseñando que no necesitamos siempre estar con otros para sentirnos bien, para ser gente que contribuye a mejorar el mundo. Se trata de no huir de nosotros mismos, de nos buscar en el trabajo o en las actividades sociales, incluso en compromisos ciudadanos, la manera de estar en un activismo que nos impide reflexionar, sentir, encontrarnos. Aprender a estar solos sin sentirnos solos es una herramienta, de hoy y de siempre, para que nuestra vida sea plena.

            Aprender a vivir con los cercanos. ¿Cuántas parejas no estarán en crisis en este momento, por tanta cercanía? ¿Cuánta gente está menos desesperada por el virus que por la persona que tiene cerca? También estos son días para aprender a escuchar, a atender, a negociar, a dialogar en todo el sentido de la palabra con quienes compartimos el techo, y que, probablemente, en meses y años previos no habíamos querido o podido sostener charlas largas, serias, respetuosas. Aprender a vivir con los cercanos es una construcción de hoy que podrá dar sus frutos en el tiempo futuro.

            Aprender a ser solidarios. Una emergencia saca lo que somos interiormente. Por eso, aunque no sorprende sí duele ver reacciones de rechazo, de burla, de agresividad a las víctimas de la pandemia. Pero no es todo mundo así. También se ha venido creando aprendizajes a favor de los que sufren la enfermedad, de quienes viven y están en la calle cuando el resto tiene que estar encerrado en su casa. También se trata de un momento en el que tenemos que pensar y sentir a quienes se quedan sin trabajo, sin ingreso, sin aquello que le permita comer todos los días. Y pensar en los pueblos y comunidades que, en tiempos ordinarios o en extraordinarios, como éste, son excluidos y negados en sus derechos. Ser solidarios en momentos como este, es el aprendizaje que podría ayudar a cambiar las relaciones sociales y políticas que ya hace tiempo debimos haber cambiado.

            Aprender a valorar los recursos. Cuando empezamos a tener problemas con el abastecimiento es cuando empezamos a descubrir que podemos vivir con menos, o con poco. El consumismo desenfrenado, ese al que nos han llevado los poderes globales, puede que también sea un objeto de cambio en nuestras actitudes y comportamientos. Aprender a consumir de manera responsable nos ayuda hoy, pero será también una herramienta de vida futura.

            Aprender a cuidar los recursos naturales. Los pájaros cantan mucho más estos días. Los ríos, los lagos y los mares están recibiendo menos contaminantes. Los bosques están siendo menos consumidos. ¿No son muestras de que algo en nuestra vida “normal” está afectando la casa planetaria? Aprender a ver el verde y el multicolor de unos entornos no tan dañados por la presencia humana debiera ponernos en la reflexión y en el cambio de conductas hacia una vida más respetuosa y holística. Nuestro hogar lo merece.

            Aprender a crear alarmas tempranas. No importa si se crea el escándalo, o el miedo colectivo, o alarmas que después se descubren que fueron innecesarias. Es mejor que sobre y no que falte a la hora de cuidar la vida de los seres humanos y de la naturaleza. La pandemia fue tal porque se dejó de atender las primeras señales, porque no se fortalecieron sistemas de alarmas y de atención. Aprender esto será crucial para cuando, en el futuro, nos venga algo parecido. Y aquí aparece el aprendizaje de los Estados: privilegiar el estado de bienestar como una contención más poderosa, y crear sistemas e instituciones para impedir el avance de situaciones como la actual.

Aprendemos hoy, pero sabiendo que solo es aprendizaje si el día de mañana nos posibilita ser mejores seres humanos, más capaces para enfrentar situaciones difíciles. Y, sobre todo, si nos permite poner a la vida en el centro de todo. ¡La vida plena para todos y todas!

VOLVER LA MIRADA A LA EDUCACIÓN PARA EL TIEMPO LIBRE

No sé cómo nos sorprendió la pandemia en cuanto a nuestras costumbres o hábitos para el uso del tiempo libre. Quizá ya habíamos abandonado nuestros juegos de salón o de mesa, o ya no sabíamos cómo jugar, cómo pasar de manera sana el tiempo. Tampoco sabemos cómo será nuestra vida y el mundo después. En todo caso, los organismos inteligentes saben cómo encontrar caminos para seguir la vida y desarrollarse. Saben cómo aprovechar una crisis y convertirla en herramienta para mejor todo.

En todo caso, pase lo que pase después de la presencia dominante del Covid 19 en el planeta, debiéramos pensar seriamente en que el tiempo libre (sea poco o sea mucho) siempre será una magnífica oportunidad de ser mejores personas, porque nos permite aprender a vivir con los demás. Incluso, cualquier iniciativa o esfuerzo serio de participación política o ciudadana también va a tener que ver con esta calidad en nuestras interrelaciones con los que tenemos cerca. Así que a volver la mirada a la educación para el tiempo libre. Esa que consiste en jugar, intercambiar, aprender, construir y fortalecernos en ese tiempo en el que no trabajamos o no vamos a la escuela, o no tenemos obligaciones sociales o políticas.

Algunas de esos elementos que nos permitan hacer del tiempo libre una estrategia para la emergencia, pero también la vida de siempre:

  1. No solo existe la televisión o la tecnología. Por supuesto que siempre vamos a seguir viendo televisión o usaremos los videojuegos y todo lo que implique pantallas. No se trata de satanizarla, pero tampoco de ponerle en altares de “dios”. Debemos aprender a reconocer que el tiempo off line también puede ser un buen tiempo, un tiempo para el crecimiento, la diversión y el encuentro. Si podemos hacer el sacrificio, paulatino puede ser, de quitarle tiempo a la tele, podremos descubrir otras cosas maravillosas.
  2. Proveernos, como un kit de vida, de juegos de salón o de mesa. Esta es una inversión a la que no le ponemos mucha atención, pero nos puede salvar emocionalmente en todo tipo de situaciones. Y si no contamos con ellos, podemos hacerlos, crearlos, adecuarlos con materiales que encontremos en casa. ¿Tan difícil es inventar fichas con materiales, o dibujar tableros, o crear pelotitas con cualquier material?
  3. Recuperar la naturaleza lúdica de la vida. Aprender a jugar, como sea, con quien sea, con lo que sea, quizá puede ser una de esas fortalezas que los cerebros inteligentes y las personas con salud emocional pueden enseñar al mundo. No “solo de pan vive el hombre”. En el confinamiento, comer es prioritario, pero también saber llevar el tiempo, salir de esta situación con fuerza no con debilidades emocionales. Así que, insistamos en lo que siempre hemos dicho: jugar, jugar, jugar. Para que así los resultados puedan ser estos:
  4. Reír, elemento terapéutico vital.
  5. Intercambiar y pasar el tiempo.
  6. Dialogar. Esto tiene un efecto notorio en nuestra vida familia.
  7. Desarrollar habilidades diversas.
  8. Aprender que el mundo también se construye desde adentro. Nuestra tendencia al discurso o a la acción social puede, a veces, contradecirse con lo que somos, hacemos y vivimos dentro de las paredes de casa. El tiempo libre puede ser el mejor antídoto contra esa contradicción.
  9. El derecho a la educación también pasa por la calidad del tiempo libre. Las mayorías viven forzadamente el tiempo libre: sin empleo, sin entretenimientos diversos y sanos, sin opciones ni sentido de vida. Pero también las minorías escolarizadas no han sabido qué hacer durante los momentos que no están en aulas, escuelas o colegios. El derecho a la educación no es solo el derecho a lo que se vive institucionalmente, sino también a la calidad en los momentos libres, en el entretenimiento familiar, en las formas de diversión social.

8 RECURSOS DE ENTRETENIMIENTO EN CASA (para tiempos de confinamiento forzado)

La crisis global nos ha encerrado, en casa, a una inimaginable cantidad de personas en todo el mundo. Lo inédito del momento nos impulsa a saber qué hacer con nuestros pequeños y pequeñas, dentro de casa, durante muchos días. Partamos de dos bases: es tiempo para aprender de manera profunda y crítica sobre esta pandemia, y también para aprender y reaprender a estar en familia, a dialogar con nuestros hijos, a descubrir y gozar la cercanía con los cercanos.

Y para agregar calidad a este tiempo, propongo 7 recursos de entretenimiento que pueden utilizarse para que niños, niñas y adolescentes puedan llevar mejor estos días de encierro. Antes deberá establecerse una especie de horario o calendario básico. Por ejemplo, al despertar y luego de desayunar, realizar tal o cual actividad. Luego la siguiente, y así, de manera muy general. Se trata de organizar el día desde la diversidad, el entretenimiento y lo que sea formativo. Recordemos que la vida tiene que seguir después. Es importante que se trate de cumplir, sin caer en irracionales inflexibilidades que solo pueden agravar las condiciones de vida en estos días difíciles. Flexibilidad + implicación + control + actitud de adultos son la clave. Los recursos propuestos son:

  1. Uso de tecnología
  2. Lectura y relectura
  3. Televisión
  4. Juegos de salón
  5. Actividades de elaboración, arreglo, reparación, redecoración.
  6. Actividad física
  7. Tareas escolares
  8. Actividades artísticas
  1. Uso de tecnología.  El uso de la tecnología incluye videojuegos, observación de vídeos, intercambio e información. La tentación es muy grande para que estos días se llene con tecnología el tiempo. Propongo el uso de la llamada “dieta digital”: poner tiempo y horario, en la mañana y en la tarde, para el uso de dispositivos. Así, no solo podremos ocupar tiempo, sino que tampoco perderemos el control de este. Por ejemplo, una hora en la mañana y otra por la tarde, para videojugar, para Youtube u otros usos sanos, tanto en computadora como en teléfono celular. Pero cuidado, ¡que no pasen los días completos ante pantallas!, ¡no nos liberemos de nuestra responsabilidad educadora como adultos! Pensemos en el ejempo de cómo nostros estamos usando el tiempo, el modelaje es importante, no podemos pedir lo que no damos.
  2. Lectura y relectura. Como a todos nos tomó esta crisis sin grandes preparativos (y como tampoco la economía puede ser de gran ayuda para adquisición de libros), puede que no tengamos grandes cantidades de libros que sean del interés de nuestros niños, niñas y adolescentes. Lo que tengamos sin leer, o lo que ya se leyó para poder releer, también debe ser un recurso que podemos potenciar en estos días. También podemos leer por internet (si contamos con ello). Usar, por ejemplo, el aporte de la UNESCO es una enorme posibilidad. Sé que esto es difícil por la falta de hábitos, pero pueden ser pocos minutos (unos 10 o 15, al menos) para que también la lectura contribuya al uso educativo del tiempo libre. Esos 10 minutos “quitados” a la tecnología, a la desesperación y al aburrimiento, serán muy útiles dentro y después de la crisis. Por supuesto, si es más (con gozo y placer), ¡mucho mejor!
  3. La televisión. Ya sea en televisión nacional, cable o plataformas (como Netflix y otras), el tiempo compartido para ver películas y series puede ser un recurso maravilloso que no necesariamente llena la totalidad del tiempo, pero sí lo complementa. Al igual que el uso de la tecnología, este no debiera ser el recurso dominante, pero sí es momento para compartirlo de manera familiar. Y si cuenta con aparato de videoreproducción (o computadora), el uso de viejas películas también es un útil recurso[FCAdMF1] .
  4. Juegos de salón. Espero que algún juego guardado por ahí pueda aprovecharse y complementar a los otros recursos. Este es, sin embargo, un potenciador muy fuerte de la convivencia, el intercambio y el “paso del tiempo” más integrador. La risa, el diálogo, la sana discusión, la cercanía entre los miembros de la familia, permite llevar el confinamiento de una manera más armónica. Si no tiene juegos de salón (o de mesa, como también se les llama), se pueden crear tableros, fichas y jugar con las reglas que los adultos conocen. Si tiene acceso a internet, ahí puede encontrar reglas, posibilidades o aprendizajes para todo tipo de juegos. Aprender a jugar ajedrez o damas, o damas chinas, todo eso es posible y muy gratificante cuando se realiza en familia.
  5. Actividades de elaboración, arreglo, reparación, redecoración, limpieza, cocinar. Tareas compartidas, actividades colectivas de ayuda colectiva, tareas repartidas de limpieza y mantenimiento, etcétera, constituyen este recurso. Esto también puede representar un aprendizaje permanente que, además de llevar mejor este tiempo de estar en casa, puede representar aprendizajes y obtención de hábitos para el tiempo poscrisis. Cocinar juntos puede ser algo novedoso y de aprendizaje compartido.
  6. Actividad física. Caminar por la casa, con clara conciencia de “estar haciendo ejercicio” puede ser una básica manera de mantener el movimiento. Existen muchas propuestas de ejercitación en redes sociales que pueden valorarse y aprovecharse. La clave es que la familia esté muy clara de la necesidad de que el cuerpo se mueva, que se sienta sano, que no nos dejemos vencer por la tentación de estar solo en la cama, frente a la televisión o el celular, en pleno abandono de nuestro cuerpo. Tomemos en cuenta que puede existir un cambio o desequilibrio en nuestra alimentación de estos días que puede afectar nuestra condición. O para quienes venían con la “pena alargada” de la alimentación de fin de año, sin recuperar la condición física, ¡este es un buen momento para rutinas de ejercicios! Y dar el ejemplo a los menores.
  7. Tareas escolares. Mediante las distintas estrategias que los establecimientos públicos y privados ofrecen para seguir el proceso de aprendizaje escolar, se puede mantener, en cierto nivel, el ritmo de aprendizaje formal. Para aprovechar mejor estos recursos, es útil establecer un horario fijo, para cada día, en el cual se harán las tareas. Sugerimos que padres y madres pueden dialogar sobre ellas y que solo sean enviadas después de este diálogo. Pero miles y miles de escolares, principalmente de escuelas oficiales, no cuentan con plataformas específicas, sin computadoras personales o sin servicio de internet. Aquí el drama escolar nos recuerda las desigualdades. Quizá mediante correos o llamadas telefónicas, docentes y directores(as) pueden enviar algunas tareas básicas a quienes puedan y estos a los demás. Nunca será lo mismo, ni se cumplirá bien el proceso de aprendizaje, pero ante una crisis que afecta la vida y la salud, ¡eso es secundario! ¡Sugiero que no caigamos en la ansiedad por los aprendizajes escolares cuando de lo que se trata es aprender a cuidarse, a cuidar de otros, a estar en familia, a sobrevivir bien! ¿No son estos aprendizajes relevantes y significativos mucho más valiosos que el mismo currículo oficial?
  8. Actividades artísticas: El arte es parte fundamental de la vida humana, crear o escuchar música, la práctica de algún instrumento, crear una obra o coreografía familiar, hacer pintura, manualidades de reciclaje, etcétera.

En medio de todo, quisiera compartir que, al nomás saberse la noticia del toque de queda en nuestro país, la primera reacción de mi hijo de 14 años fue la de preguntar: ¿Y qué van a hacer con las personas que viven en la calle? Una manera, desde un adolescente, de recordarnos que, en la crisis, los más pobres y abandonados sufren mucho más que el resto. No olvidar a los olvidados de siempre, empieza por preguntarnos qué hacer en la distancia, sin falsos heroísmos ni imprudencias o comportamientos que estorban más de lo que ayudan. Algo podremos ir pensando si no dejamos de sentirlo.